Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

lunes, 13 de abril de 2015

Santa Teresa de Jesús. Breve semblanza


Les ofrezco una presentación de santa Teresa de Jesús escrita por el padre Daniel de Pablo Maroto, o.c.d., que comenta cinco facetas de la vida y personalidad de la Santa.

1 - Teresa en el hogar paterno

Santa Teresa nació en la ciudad de Ávila el 28 de marzo de 1515, en un hogar muy cristiano donde aprendió a rezar junto a su madre, y practicar algunas devociones, como el rezo del rosario, y también a leer y escribir, algo excepcional en una sociedad de analfabetos, especialmente entre las mujeres. 

La lectura de vidas de santos excitó su imaginación hasta desear ser mártir para gozar de Dios pronto y “para siempre”. ¡Buen lugar la familia para la transmisión de la fe y de la cultura! Huérfana de madre a los 13 años, pidió a la Virgen María que hiciera sus veces y experimentó su protección toda su vida.

En su adolescencia, a la edad de 13-17 años, llenó su orfandad con la compañía de amigos y amigas que enfriaron sus fervores de niña, al mismo tiempo que experimentaba los primeros amores, tronchados en flor por su padre al mandarla como educanda interna a un convento de monjas agustinas en Ávila, Santa María de Gracia. 

Cuando a la edad de sus 50 años revise ese pasado en su Autobiografía, recordará que desde muy temprana edad fue consciente de que “las gracias de naturaleza eran muchas”, de que Dios había guiado su vida hacia un destino desconocido para ella dejándole “imprimido el camino de la verdad”: de que Dios existe y actuó en su vida.

2 - La llamada de Dios

En Santa María de Gracia maduró su vocación a la vida religiosa en un proceso lento y fatigoso, de dudas y certezas, que ella misma ha narrado. Un camino que evolucionó desde ser “enemiguísima de ser monja”, a tener “más amistad de ser monja”, hasta huir de la casa paterna para profesar como carmelita en el convento de La Encarnación de Ávila a los 20 años de edad. 

Los motivos de su elección del monjío no fueron tan santos como podíamos suponer, sino mezclados de amor de Dios y egoísmo interesado, pensando en su propia salvación eterna. De nuevo toma conciencia de que Dios la preparó “para el estado en que se quiso servir de mí, que, sin quererlo yo, me forzó a que me hiciera fuerza”.

No obstante haber hecho un esfuerzo grande para abandonar su casa paterna y el futuro que le esperaba conociendo sus brillantes cualidades, en el convento se encontró con otro “mundo” no tan santo como el soñado. Allí pudo conservar su condición hidalga y los apellidos de Cepeda y Ahumada, como muchas jóvenes nobles. Vio que la ley de la clausura no se observaba, pudo mantener la amistad con caballeros de la Ciudad, y en el convento, además de las monjas, se dice que hasta 180-200, vivían familiares, sirvientas, existían “clases” sociales, nobles y plebeyas, etc. Por eso la cronista Teresa describió dramáticamente el ambiente moral como “grandísimo [peligro] monasterio de mujeres con libertad; y que más me parece es paso para caminar al infierno las que quisieren ser ruines”.

Teresa experimentó en ese hábitat un drama interior: vivir una vida entre el amor de Dios y el amor del mundo. La profesión religiosa la vinculaba a Cristo como esposo, y las amistades le robaban el afecto que debía a Dios. 

Ese corazón dividido entre Dios y el mundo tuvo final feliz por una “conversión” a Dios en dos actos, primero ante la imagen de un “Cristo muy llagado” (en 1554), y la “definitiva”, por un milagro, un don del Espíritu Santo, que le dio la capacidad de amar sin apegos ni dependencias, en plena “libertad” interior (1556).

3 - Teresa de Jesús, fundadora

La “conversión” de Doña Teresa de Ahumada enriqueció su “ser” de cristiana y de monja, abrió su alma a las experiencias místicas y, sobre todo, le preparó para sus dos grandes e importantes “quehaceres” en la Iglesia y la sociedad de su tiempo y cuya luz todavía perdura: ser “fundadora” de una Reforma en su orden del Carmen, las carmelitas/os descalzas/os; y ser “escritora” de unas obras de espiritualidad y de mística, difundidos y admirados en todo el mundo y que siguen alimentando la vida de la Iglesia y el mundo de la cultura.

La madre Teresa comenzó su Reforma en el convento de San José de Ávila el 24 de agosto de 1562. En él ensayó una vida religiosa nueva sin desconectarse de la tradición del Carmelo, de raíces ermitañas. Introdujo un nuevo “estilo” de vida fraterna en una comunidad pequeña de 13-21 monjas, sin clases sociales, viviendo en pobreza absoluta, dedicadas a la oración contemplativa por las necesidades del mundo y de la Iglesia, practicando las virtudes evangélicas de la caridad, el desasimiento de su propio yo y de los bienes temporales, viviendo en la humildad-verdad, etc. 

Para conseguir ese ideal evangélico impuso una rigurosa selección de vocaciones, exigiendo, ante todo, no los apellidos de nobleza, sino la sensatez, el equilibrio emocional, el talento natural o sentido común. Y, sobre todo, vocacionadas al nuevo estilo de vida, no buscando en el convento “remediarse”.

La aventura fundacional,
comenzada pobremente en San José de Ávila, continuó durante los veinte últimos años de la vida de la madre Teresa (1562-1582), comenzando la segunda fundación de Medina del Campo y concluyendo la última, en Burgos, a los 67 años. 

A su muerte, su Reforma tenía 17 conventos de monjas y 15 de frailes. Una gesta de valor inmenso, realizada con tan pocos medios económicos, con tantas contradicciones, siendo ella mujer (primer caso en la historia: una mujer reformadora de varones), discutida por sus experiencias místicas con “fenomenología” somática: visiones, éxtasis, locuciones divinas, etc.

Estas son las fundaciones del tiempo de la madre Teresa: Medina del Campo (1567), Malagón y Valladolid (1568), Toledo y Pastrana (1569), Salamanca (1570), Alba de Tormes (1571), Segovia (1574), Beas de Segura y Sevilla (1575), Caravaca de la Cruz (1576). Villanueva de la Jara y Palencia (1580), Soria (1581), Granada (1582), y Burgos (1582).

A estos que hay que añadir los conventos de los frailes descalzos, con la colaboración de san Juan de la Cruz. Duruelo (1568), Pastrana (1569), Mancera de Abajo (1570), Alcalá de Henares (1570), Altomira (1571), La Roda (1572), Granada (1573), La Peñuela (1573), Sevilla (1574), Almodóvar del Campo (1575), El Calvario (1576), Baeza (1579), Valladolid, Salamanca y Lisboa (1581).

Como se puede apreciar,
la gesta fundacional se redujo a las dos mesetas de Castilla, y sólo de modo incidental en Andalucía. Prefirió, además las ciudades ricas y bien pobladas, y de mala gana aceptó alguna vez fundar en lugares pequeños, como Malagón, Alba de Tormes, Villanueva de la Jara, etc. Una razón era económica: poder vivir de limosnas; otras, el estar mejor comunicadas las comunidades y que en ellas se encontraban fácilmente confesores y consejeros para ella y sus monjas.

A las dificultades aludidas, hay que añadir tantas circunstancias adversas, como los achaques de la vejez y las enfermedades, las condiciones que ponían los patronos de la fundación, las autoridades civiles y eclesiásticas, los frailes de las ciudades donde ella fundaba contrarios a nuevas fundaciones porque mermaban las limosnas; los caminos a veces intransitables en invierno por las lluvias y las nieves y que ardían al calor del verano. Todo lo soportaba y sufría también por sus pobres compañeras, como deja constancia en su crónica.

4 - Teresa de Jesús, escritora

Otra faceta importante
de la mística Teresa, por la que más se la conoce, es la de escritora. Comenzó a escribir a los 45 años de edad, y todas sus obras tienen como fin narrar sus experiencias místicas y la historia de sus fundaciones. Es una narradora extraordinaria de interioridades y de historias. En una y otra está de fondo la historia religiosa y civil de España, de muchos personajes de su tiempo de los que hace un excelente dibujo literario. 

Las obras de la madre Teresa son un archivo de noticias todavía sin explorar del todo en algunos aspectos. Escribió Cuentas de Conciencia, su Autobiografía, el Camino de Perfección, el CastilloIinterior o Las Moradas, las Fundaciones, Meditaciones sobre los Cantares, poesías, y cartas, muchas cartas. 

Y un dato de un valor inmenso para la historia de la cultura: milagrosamente de casi todas se conservan los autógrafos. Su “estilo literario” ha sido alabado por los mejores especialistas en la materia, comenzando por el gran poeta y prosista Fray Luis de León: “En la forma del decir [...] -escribe- dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale”.

5 - Santa Teresa de Jesús 

La madre Teresa de Jesús murió entre las nueve y diez de la noche del jueves, día de san Francisco de Asís, de 1582, en Alba de Tormes (Salamanca). Era el 4 de octubre, pero el día siguiente, por el cambio de calendario, se convirtió en el día 15. Allí reposa su cuerpo mutilado en un hermoso sepulcro, en la iglesia de las carmelitas descalzas. También el turista o peregrino puede contemplar en hermosos relicarios el corazón y el brazo, separados de su cuerpo al poco tiempo de morir ella y por razones para nosotros difíciles de entender.

Después de su muerte en olor de santidad y de multitudes, comenzó su glorificación. A los nueve meses, el 4 de julio de 1583, abrieron el sepulcro y encontraron el cuerpo incorrupto, “como si entonces le acabaran de enterrar”. Y a los tres años, lo encontraron “tan entero como se enterró”. Fue beatificada por el papa Paulo V, el 24 de abril de 1614; y canonizada por Gregorio XV 12 de marzo de 1622. Y el 30 de septiembre de 1970, el papa Pablo VI, en un acto verdaderamente revolucionario, la declaró “oficialmente” doctora de la Iglesia, la primera mujer a la que se le concedió ese título. 

Es “patrona” de algunas ciudades, diócesis, asociaciones, del Cuerpo de Intendencia Militar (1915), de los escritores españoles (1966), etc., y copatrona de España, junto con Santiago, desde noviembre de 1617.

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