Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 6 de abril de 2014

El llanto de Cristo y el llanto de la Iglesia


Esta es la tercera entrada que dedicamos a comentar el evangelio de la resurrección de Lázaro, que se lee en la misa de hoy. San Juan habla del llanto de Jesús, que no solo llora por su amigo Lázaro. 

Los Santos Padres interpretaron que llora por Adán, al ver los resultados del pecado. En la mañana de la creación, Dios le advirtió: «Si te apartas de mí, morirás» (cf. Gen 2,17). Ahora que su advertencia se ha cumplido, la humanidad huele a putrefacta y yace en el sepulcro, aplastada por una pesada losa que no puede mover, incapacitada para entablar relaciones con el Dios de la vida. 

Lázaro no es solo el hombre sediento e incapacitado para saciar su sed (como la samaritana) ni el que no puede ver a Dios en su vida (como el ciego de nacimiento). No es solo el leproso que Jesús encontró por los caminos. Es el desposeído de todo, de la vida mortal y de la eterna. Es la descendencia de Adán, atrapada en el reino de la corrupción y sin esperanzas humanas de salvación. Ante las consecuencias del pecado, Jesús llora conmovido.

La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, también llora por los hombres que yacen en el sepulcro. Muchos no llevan muertos cuatro días, sino meses y años. Y lo peor es que no son conscientes. 

Como hizo Jesús, grita a los humanos para que abandonen sus pecados, para que salgan de sus sepulcros. A quienes la escuchan, aunque estén atados por las vendas de sus faltas, los desata para que puedan andar, ofreciéndoles el perdón. Entonces desaparece el hedor de la muerte (2Cor 2,16) y pueden expandir por el mundo el buen olor de Cristo (2Cor 2,15).

Después de estas cinco catequesis bautismales: las tentaciones (que son nuestro estado actual), la transfiguración (que es nuestro destino), la Samaritana (que nos recuerda que Cristo es el agua que puede saciar nuestra sed más profunda), el ciego de nacimiento (que nos habla de Jesús, luz del mundo) y de Lázaro (que nos invita a poner los ojos en la resurrección futura), podemos entrar en la Semana Santa y recordar que por el bautismo hemos muerto al pecado y resucitado a la gracia. 

El Señor Jesús nos conceda unirnos cada día más a Él, abrazarnos a su cruz y participar un día de su gloriosa resurrección. Amén.

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