Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 23 de mayo de 2021

La Virgen María en Pentecostés


«Pedro, Juan... y Judas el de Santiago perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de las mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos» (Hch 1,13-14). Este texto nos da una lista fundacional de los primeros miembros de la Iglesia. En ella se encuentran 3 grupos que tienen la misma importancia y deberían ser complementarios para formar la única Iglesia de Cristo entre todos: 
Los discípulos (Pedro y los demás).
Las discípulas (María Magdalena y las demás)
Los parientes de Jesús (Santiago y los demás). 
Todos perseveraban en la oración «con María, la madre de Jesús».

En primer lugar encontramos los «apóstoles», que acompañaron a Jesús en su vida terrena y son testigos de su resurrección. Garantizan la continuidad entre lo vivido y predicado por Jesús y la experiencia pascual. Pedro ocupa siempre un lugar destacado, ya que Jesús le encargó que trabajara por la unidad de los creyentes en su nombre.

Junto a ellos están las mujeres, que acompañaron a Jesús desde el principio, estuvieron presentes junto a su cruz y se encontraron la tumba vacía. Son María Magdalena (que ocupa un lugar destacado), Juana, Susana, María la de Cleofás y otras. Han servido a Jesús, le han visto morir, han participado en su entierro y son las primeras que han experimentado el gozo de la resurrección. Elegidas por Jesús mismo para evangelizar a los apóstoles.

Después vienen los parientes de Jesús. Normalmente Santiago es el portavoz del grupo. Pertenecen a la vieja familia del Señor. En un principio lo rechazaron, pero en cierto momento (quizás a partir de la experiencia de la Pascua) entraron a formar parte del grupo de los creyentes. Ellos ofrecen el testimonio de los orígenes de Jesús, su humanidad, su pertenencia al pueblo.

En una situación especial se sitúa María, la madre de Jesús. Ella fue preparada por el Espíritu para ser madre del Señor y después se convirtió en su mejor discípula. Se encuentra al inicio de su actividad pública (en Caná de Galilea) y al final (junto a la cruz). También está presente cuando nace la Iglesia.

Al principio, ella recibió el Espíritu de una manera individual, para realizar una misión personal, única e irrepetible (ser la madre del Hijo de Dios). Ahora recibe el Espíritu en compañía de los otros creyentes, en comunión con ellos, para una nueva misión: la que Jesús mismo le ha encomendado en la cruz (ser la madre de la Iglesia).

El Espíritu que desciende sobre María da unidad al origen de Jesús y al origen de la Iglesia. En el primer caso, el Espíritu actúa sobre María y la prepara para dar a luz al mesías. En el segundo caso, el Espíritu desciende sobre la Iglesia y la capacita para seguir haciendo presente a Jesús entre los hombres. Es lo que encontramos reflejado en el Apocalipsis (12,1-18): La mujer vestida de sol que ha de dar a luz a Cristo, entre las persecuciones y dificultades continuas. La Iglesia realiza continuamente el mismo gesto de María: fecundada por el Espíritu de su Señor, le hace presente en el mundo.

El cuadro de Bradi Barth que ilustra esta entrada se titula "María, Madre de la Iglesia".

No hay comentarios:

Publicar un comentario